miércoles, 20 de julio de 2016

Historias de trabajadores: El calderista




“Fui el último que quedó. Habíamos sido unos 350 empleados, divididos en tres turnos y la fábrica producía las 24 horas. Al final, yo me quedé solo. Vendí la última pulpa que quedaba, rendí esa plata, cerré todo y me fui. Fue en el '84 y no volví nunca más hasta hoy". Víctor Manuel Soto tiene 88 años y camina firme entre las ruinas de lo que alguna vez fue una de las plantas fabriles más importantes del este mendocino. "Muñoz, Musso y CIA. Así se la conoció siempre", dice.

Es un lugar que ahora parece perdido, en territorio de Rivadavia y muy cerca de la ciudad de Junín. La calle El Salado es de tierra y parece difícil imaginar que por allí "salían 15 camiones todos los días hacia Brasil, cargados con aceitunas".

Y no sólo eso salía de "la fábrica", como la recuerdan en Junín, Rivadavia y hasta San Martín, desde donde llegaban los obreros que trabajaban allí. También salía "pulpa de membrillo y hasta de batata, para hacer dulce, duraznos y ciruelas secas, pimentón y otras especias, aceite de oliva, dulces...", enumera Soto. Incluso la misma empresa elaboraba café y tés de distintos tipos.

De allí fue la marca de especias Especias 51 y Reina Mora, la marca de tés y café, que luego fueron vendidas, según cuenta el sobreviviente de aquella compañía.

"Yo ingresé en el '56 o '57 y la fábrica ya tenía 50 años funcionando", dice.

El hombre camina lento, pero firme. Va señalando y es evidente que lo invaden los recuerdos, al mismo tiempo. "Acá hay 8 piletas de 80.000 litros cada una, donde estaban las pulpas". Camina un poco más y vuelve a señalar: "Acá hay 500 piletas de 1.500 litros cada una, donde estaban las aceitunas". Luego mira hacia arriba, hacia el techo: "Allá hay un tanque de agua, de 160.000 litros".

Está conmovido. Ahora ve ruinas, pero la última imagen de ese lugar era de una fábrica enorme, imponente, impecable. "No había un solo yuyo, nada. Había un montón de mujeres limpiando todo el tiempo".

Víctor Soto camina firme y apura el paso. Quiere llegar a un lugar específico, al corazón de la fábrica: la caldera.

Cuando llega, la toca. Más bien, la acaricia. "Yo la puse en marcha, cuando era 0 kilómetro. Tuve que ir a estudiar y rendir examen para poder manejarla. Fue en el '77, ¿no?" pregunta y el cronista confirma que la placa le da la razón: "Caldera Gonella. Fecha de fabricación: 08/06/77", dice el bronce y agrega que el enorme cilindro, ahora derruido y cubierto de excremento de palomas, llegó desde Esperanza, Santa Fe. "Acá se generaba el vapor que movía todo", dice don Soto.

El hombre recuerda algunos nombres. "La fábrica la fundó don Leandro Musso. Después quedó a cargo su hijo Luis y, finalmente, de su hijo Roberto, que se suicidó cuando quebró".

Dice don Soto que después, ya en crisis, la compró otra familia y luego una tercera, que fue la última antes de que fuera rematada. Las fechas se confunden, pero queda claro que el cierre definitivo fue en el '84, cuando Víctor cerró las puertas.

Un cartel oxidado en el portón destruido de ingreso al predio, dice: "Prohibida la entrada a personas ajenas a la firma Centro Industrial Rivadavia SA, propiedad adquirida según subasta pública judicial, autos caratulados: C.M.G S.R.L. c/Complejo Agroindustrial Mendoza SA...". El cartel es viejísimo y es difícil, casi imposible, encajar esa leyenda en el recuerdo de don Soto.

En el presente, el lugar es de Ricardo Villach, quien dice: "Compré esto hace 17 años". Y vive en alguna de las viviendas que hay allí mismo y que se mezclan con las instalaciones. Ahora, utilizando una pequeña parte de las enormes instalaciones, hay un aserradero donde Villach hace trabajos en madera, especialmente material para empaque. "Nunca pierdo la esperanza de poder ir recuperando esto, pero las cifras que se necesitan son imposibles, al menos para gente común como nosotros", explica.

El derrumbe de la fábrica fue a comienzos de los '80 y coincide con la crisis de Greco, la Circular 1.050 de José Alfredo Martínez de Hoz, firmada en enero del '80, y "las malas administraciones", dice Soto.

Y el derrumbe no fue un lunar. Como este lugar, también cayó en desgracia la inmensa Bodegas y Viñedos Gargantini, sólo para poner un ejemplo de este mismo departamento de Rivadavia.

"No quise volver. No creo que vuelva, otra vez", dice Víctor Manuel Soto, quien compró su casa y su auto con ese trabajo, formó familia con Olga, que ya ha partido, y crió a sus dos hijos.

Y se va. Se lo ve firme, aunque triste. Los recuerdos han vuelto.








Enrique Pfaab

Nota original. Diario Uno


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